martes, 7 de octubre de 2014

Las aves extrañas del sr. Pavese

"Espero estar entre tus aves extrañas F"
charmaine olivia (One of my new silhouettes. Meet Ravelyn. Original...)


-Prólogo-




El camino es estrecho y serpentea unos metros hasta desembocar en un prado cubierto de zarzas y ortigas. Los regios árboles apenas se mecen con el viento que sopla del norte, sus hojas esparcidas por el suelo son testigo de la furia del temporal nocturno.
 En el bosque los sonidos tardan en hacerse perceptibles a oídos del cazador. La luz del Sol empieza a contrarrestar el frío de la humedad. Su ropa empapada y recubierta de barro reseco descansa en la rama de un árbol. Aún dormita intranquilo bajo un roble.
Los pájaros empiezan a cantar para despertar el bosque.
Escondida en la espesura, oculta bajo una rama espinosa, se esconde un ave extraña. Observa los torpes movimientos del hombre en silencio. Sus ojitos color azabache brillan curiosos. Se remueve inquieta, deseosa de echar a volar.
Poco a poco lo músculos agarrotados del cazador entran en calor y sus movimientos se van haciendo más ágiles.(el ave) Sabe que debería echara a volar, pero nunca supo obedecer a su instinto.
Oye como su pisadas se van alejando. Observa como poco a poco su silueta es engullida por los matorrales. En vez de sentir alivio, algo la golpea en las entrañas y la empuja a volar tras él.
Vuela y se deja suspendida en el aire. El hombre se agacha, olisquea una planta y sigue caminando. La curiosidad la lleva a acortar más distancia. El cazador se frenan en seco. Las alas del ave remueven el aire que circula entre ambos. El viento helado atrapa al cazador, sus fosas nasales se inunda del olor a presa. No intenta huir, siente como la vida se regenera en su cuerpo. Él lo ve también, siente en su propio cuerpo el corazón del ave palpitar.


1

La jaula de hierro

"En el cobijo de la oscuridad acechan..." la pluma se detiene bruscamente. En el silencio habitual de la casa se instala un silencio tenso, expectante.
Pavese nota bajo la piel unos ojos pequeños escrutándolo. No se deja intimidar, con tranquilidad se levanta de la silla y camina hacia el cobertizo.  El coche no tarda en aparecer por el camino de tierra, pero él  sigue avanzando imperturbable. Abre la puerta y deja que la luz de la luna ilumine las jaulas. Los pájaros parpadean confusos y algunos llegan a gorjear  molestos.
Un hombre se baja del coche y camina hacia Pavese.

-¿Los tienes?

Con el rostro en sombras asiente.

-Dámelos pues.

Cargan las jaulas en el maletero. Trece pares de ojos observan asustados como los trasladan.
 Hay ejemplares hermosos, con plumas delicadas y colores intensos. Otros más sencillos y pequeños,  pero entre todos uno destaca. Sus plumas son de distintos tonos de marrón, bonitas, pero no especiales. Lo que atrae en él son sus enormes ojos, tiernos, dóciles, tan humanos...

Pavese da un último vistazo a sus pájaros y mira ligeramente apenado al pájaro de ojos tiernos.
El coche arranca de nuevo y se aleja a toda velocidad. Pavese regresa su estudio donde la pluma aun aguarda sobre el papel. En el camino vuelve a notar los ojos clavados en él, pero se da la vuelta y los ignora. Ya sentado y con la pluma en la mano contempla por la ventana la jaula de hierro.

2


La escarcha recubre la hierba del jardín. Hace un frío glaciar en el cobertizo, todas las aves se apretujan en un intento de retener el calor corporal que pierden paulatinamente. No hay comida en los comederos, no hay agua en los bebederos. Sobreviven en silencio, como pueden en el medio hostil que tienen por hogar.
Cada vez el numero va menguando, apenas quedan doscientas de las gloriosas 500 que llegó a albergar el cobertizo. 
Las paredes de madera se van deteriorando a medida que las aves van desapareciendo. Se podría decir que  fue una obra majestuosa, ahora venida a menos. En el pasado presumía de paredes salpicadas de frescos, un magnífico suelo de piedra pulida  y una regia puerta de madera adornada con figuras mitológicas talladas a mano.  Lo más admirable era su tejado de cristal, por el cual se podía contemplar el cielo nocturno donde las estrellas brillaban desafiantes.

Fuera, lejos del resto de aves, un corazón bombea ingenuo.
La jaula de hierro sigue colgada sobre la rama de una higuera. Los barrotes, al igual que la hierba están recubiertos de escarcha. No hay viento que azote la jaula, pero a la intemperie el frío es insoportable. Cala hasta los huesos y retuerce los músculos hasta el punto de dejarlos inútiles, no hay temblor ni plumas que protejan tu interior. 

Pavese lo sabe. Sentado en su enorme sillón contempla la higuera sin muestra alguna de compasión, los cigarros siguen uno detrás de otro hasta que acaba con la cajetilla. Apaga la luz del salón y se va tranquilamente a su habitación. Sobre la mesilla descansa un libro de tapas duras. Lo abre y se mete en la cama sin llegar a desvestirse si quiera. 

La noche enfría aun más el jardín.